El pilates vuelve a colocarse en el centro del debate sobre ejercicio terapéutico en oncología gracias a una revisión que compara sus efectos con otras modalidades de actividad física. Los autores concluyen que, bien programado, puede contribuir a aliviar el dolor y a mejorar la capacidad funcional en personas con cáncer.
Más allá de la popularidad en los gimnasios, el método se perfila como una opción válida dentro de los planes de rehabilitación. Según el trabajo, el pilates puede ser tan efectivo como el ejercicio aeróbico o de fuerza tradicional en variables clave como la movilidad y el desempeño en tareas cotidianas.
Una revisión sistemática evalúa el pilates en oncología
El análisis, liderado por Daihana Stefany Quintero-Lopez (Universidad Santiago de Cali) y colaboradores, examinó la efectividad del pilates frente a intervenciones convencionales para mejorar dolor y funcionalidad en personas con diagnóstico oncológico. La revisión pone el foco en la calidad de vida y en la capacidad para desenvolverse en el día a día.
Los resultados apuntan a que el pilates, cuando se aplica con criterios clínicos, puede ofrecer mejoras comparables a otros programas de ejercicio. En particular, se observaron beneficios en movilidad, control postural y reducción del dolor, aspectos determinantes para la autonomía tras los tratamientos.
El equipo señala que esta modalidad no es solo una tabla de ejercicios, sino una intervención con estructura y objetivos claros. La evidencia sugiere que, a igualdad de planificación y supervisión, el pilates logra resultados equiparables en medidas de función y bienestar.
Por qué el pilates puede ayudar durante y después del cáncer
Los autores subrayan que el pilates integra el control de la respiración con principios de estabilidad del core, alineación y coordinación. Esta combinación podría contrarrestar alteraciones musculoesqueléticas derivadas de la enfermedad y de sus terapias.
Al favorecer la conexión cuerpo-mente, el método busca disminuir disfunciones biomecánicas y optimizar patrones de movimiento. En la práctica, esto se traduce en una ejecución más eficiente de actividades de la vida diaria, con potencial impacto en la percepción de dolor y en el desempeño funcional.
La progresión controlada y la atención al detalle (transiciones, ritmo, amplitud de movimiento) son rasgos que ayudan a mejorar la movilidad y la estabilidad de forma segura, algo especialmente relevante en personas con fatiga, rigidez o debilidad tras tratamientos.
Implicaciones para España y Europa
En el contexto europeo, donde los programas de ejercicio oncológico ganan presencia, el pilates se posiciona como una herramienta útil y complementaria dentro de equipos multidisciplinares. Su inclusión puede contemplarse en fisioterapia, rehabilitación o unidades de ejercicio terapéutico con criterio clínico.
Para la implementación se recomiendan protocolos individualizados y supervisión por profesionales formados (fisioterapeutas, licenciados en ciencias del deporte o instructores con experiencia clínica), ajustando intensidades y volúmenes al historial médico y al estado actual del paciente.
Asimismo, su adopción en entornos sanitarios y centros especializados de España y Europa exige disponer de vías de derivación y seguimiento, integrando la comunicación con oncología y atención primaria para garantizar seguridad y continuidad asistencial.
Buenas prácticas y consideraciones de seguridad
Antes de iniciar, es aconsejable contar con el visto bueno del equipo médico y una valoración funcional. A partir de ahí, se prioriza una progresión gradual con sesiones de baja a moderada intensidad, vigilando signos de fatiga, dolor inusual o mareo.
La sesión puede incluir ejercicios de respiración, activación suave del tronco, trabajo de movilidad y control postural, y tareas de fuerza con resistencia ligera y foco en la técnica. El uso de implementos o aparatos se ajustará al nivel y a posibles limitaciones (cicatrices, linfedema, neuropatía, anemia, etc.).
La educación del paciente es clave: conocer señales de alerta, pautas de recuperación y la importancia de la constancia a largo plazo ayuda a sostener los avances sin asumir riesgos innecesarios.
Qué dice la evidencia y qué falta por investigar
La revisión destaca que el pilates puede mejorar calidad de vida y capacidad funcional con efectos similares a otras formas de ejercicio estructurado. No obstante, persisten heterogeneidades en protocolos (frecuencia, duración, tipo de ejercicios) que dificultan comparar estudios de forma directa.
Para reforzar las conclusiones serán valiosos ensayos controlados aleatorizados más grandes, con subgrupos por tipo de cáncer y tratamiento, mediciones estandarizadas de resultados y seguimiento a medio y largo plazo, además de un reporte sistemático de eventos adversos.
Cómo podría ser una sesión tipo adaptada
Un esquema razonable podría alternar bloques de respiración diafragmática, ejercicios de control del tronco en distintos decúbitos y movilidad articular con enfoque postural, añadiendo progresivamente resistencia elástica o cargas bajas según tolerancia.
La prioridad es la calidad de la ejecución sobre el número de repeticiones, con pausas planificadas y una monitorización de síntomas que permita ajustar en tiempo real. La colaboración entre paciente y profesional guía la progresión y facilita la adherencia.
Los datos disponibles respaldan al pilates como opción válida dentro del arsenal de ejercicio terapéutico en oncología, siempre que se integre en un plan individualizado y supervisado. Su combinación de control motor, estabilidad y conciencia corporal aporta un marco interesante para recuperar funcionalidad y mejorar la experiencia del día a día tras el cáncer.